La política se ha convertido en un problema. Así lo dicen últimamente los sucesivos barómetros del CIS, que de un tiempo a esta parte sitúan a los políticos como uno de los principales problemas para la ciudadanía. Resulta extraordinariamente perverso, propio de un “mundo al revés”, como diría Eduardo Galeano, que los delegados de la soberanía nacional, esto es, las personas elegidas por el pueblo para representarle, sean percibidas como un problema por sus propios electores.
Lo más paradójico de que la política se haya convertido un problema es que la única solución a este problema es la propia política. Entendida no como política de partidos, de estos partidos que, repetimos, son solo nuestros delegados. Hablamos por tanto de la POLÍTICA con mayúsculas, la que protagoniza el soberano, esto es, el pueblo, y no sus delegados circunstanciales, esos interinos de los partidos políticos que mañana serán reemplazados por otros.
A los escépticos del “para qué” y del “no sirve para nada que nos movamos” les recordaremos lo mucho que temen los gobiernos los virajes y movimientos de la opinión pública. Tanto es así que hoy en día se gobierna prácticamente a golpe de encuesta. Y cuando las encuestas arrojan un estado de opinión contrario a sus intereses, los partidos se ven obligados a moverse. O a pagar su falta de movimiento en las urnas.