Causas y (d)efectos

«Las repúblicas y las democracias sólo existen en virtud del compromiso de sus ciudadanos en la gestión de los asuntos públicos. Si los ciudadanos activos o preocupados renuncian a la política, están abandonando su sociedad a sus funcionarios más mediocres y venalesTony Judt (Algo va mal)

Qué bien nos hubiera venido ser Lois Lane. Sí, la de la película. No sé si pasó desapercibido, pero en su primer encuentro, Superman la salva de una caída mortal y ella, todavía en el aire, se enamora irremediablemente; mientras él le dice que no se preocupe, que ya la tiene sujeta, Lois, la recién enamorada Lois, le lanza una pregunta terrorífica: “ya, ¿y quién le sujeta a usted?” La escena es del todo improbable. No, no por el hecho de estar volando con una mujer cogida de un brazo y un helicóptero del otro: quién en su insano juicio de enamorado podría cuestionar de tal modo a su amado. Bravo por Lois Lane.

Ya no estamos enamorados. Pero lo estuvimos, y cómo, en la mítica transición –un mito como cualquier otro, cargado de debilidades ocultas–. Esa fase la superamos sin apenas notarla y sin hacer preguntas. La fe del que come flores. Luego nos habituamos a los placeres y a los defectos. Ahí, me temo, comenzamos a perder la capacidad de comprensión sobre lo que tenemos en común con los demás. Nos aislamos, paradójicamente, pese a contar con instrumentos como internet, que facilita una enormidad de cosas, entre ellas que seleccionemos únicamente lo que nos interesa y esquivemos el contacto con el resto. Como defecto, perdemos el trato con las similitudes de nuestros vecinos.

Mientras tanto, nuestra apacible convivencia comenzó a resentirse. Se nos animaba, por un lado, a “maximizar el interés y el provecho propios”, lo que provoca que se oscurezcan las razones para el altruismo o incluso el buen comportamiento; y, por el otro, a que “las jóvenes generaciones se ocuparan exclusivamente de sus propias necesidades”. Muy bonito. Por lo tanto, por defecto, abandonamos progresivamente ese vínculo con nuestro sentido de ciudadanía; contribuimos a que el sistema –democrático– sobreviviera a la indiferencia de los ciudadanos –algo que puede suceder, pero solo a corto plazo–; dejamos que todo funcionara, en fin, sin nosotros. ¿De verdad creímos que a Christopher Reeve no le colgaban de un arnés?

Ahora, cuando queremos hablar, cuando nos damos de narices con la necesidad de tomar control y responsabilidad, resulta que hemos perdido la capacidad de articular palabra. Queremos tirar de llave inglesa, pero no tenemos idea de cómo funciona –ni de dónde colocarla o a quién lanzársela–. En realidad, no nos engañemos, no sabemos ni dónde está la caja de herramientas. Sin herramientas ni lenguaje propio, esta vez sí, la hemos pifiado: nos hemos dado cuenta de que va mal, y lo peor es que no sabemos cómo arreglarlo, dónde están el principio, el medio o el final. Ay si hubiéramos comenzado con esa sencilla pregunta…

A buenas horas. Una vez abiertos los ojos, resentidos, nos sentimos apartados de las decisiones que se toman, que nadie nos escucha: no nos hemos hecho siquiera con el lenguaje necesario para que se nos escuche. Es duro. Y frustrante. Pero no desesperemos. Comencemos por ciertos principios. Seguramente, los que nos faltaron al dejarnos coger en el aire y no hacer una franca pregunta.

Así que acojámonos a los buenos efectos: formulémonos las preguntas precisas para salir del atolladero, para que la política no se reduzca a una “forma de contabilidad social, a la administración cotidiana de personas y cosas”. Hagámonos con una caja de herramientas básica para comprender el funcionamiento de lo que nos afecta no solo como individuos sino como sociedad. Llenémosla de la cultura suficiente como para poder armar un argumento válido y tener la posibilidad de cambiar la forma en la que debatimos nuestros intereses comunes; o sea, hablar de otra forma para pensar de otra forma. Deberíamos, de hecho, dar con “una narración moral: una descripción coherente que atribuya una finalidad a nuestros actos de forma que los trascienda.”

Absorber la cultura necesaria es esencial para imprimir calidad al sistema democrático en el que creemos. En Calidad y Cultura Democráticas se abren vías para dar lugar a ese enriquecimiento sin el cual estamos abocados, por ejemplo, a permanecer bizcos debido a la vestimenta de Superman: sospechosa combinación de mallas azules con calzón y capa rojos.

Luis del Hoyo
Vocal de la Asociación por la Calidad y Cultura Democráticas

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