La tiranía del pensamiento simple

En mayo de 2013, José María Martín Patino escribió esta entrada en nuestro blog. Hoy, al momento de su muerte, la reproducimos emocionados por la vigencia de su contenido y, sobre todo, como muestra de gratitud por el ejemplo de honestidad, personal e intelectual, que nos legó.

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¡Bienaventurados los españoles que confunden la verdad con la claridad!”. Los que estudiábamos por los años cincuenta en la facultad de teología de Frankfurt, teníamos que soportar con frecuencia esta felicitación envenenada de uno de sus profesores. Ciertamente la verdad se oculta con frecuencia bajo la maraña de la complejidad. Y nada hay tan insensato como pretender iluminar lo complejo con el pensamiento simple o simplista tan atractivo por su claridad.

Ahora abundan en España los que se interesan por conocer la realidad de nuestra democracia. Creen que la generación actual ha perdido el sentido de la responsabilidad que caracterizó a los hombres de la “transición”. No me atrevería a negar con firmeza que no se haya producido entre nosotros una degeneración del sentido de la política. No consta que aquella generación fuera más honesta, más responsable ante lo público y, sobre todo, más respetuosa con los demás. La sociedad española de aquel momento carecía como la de ahora de muchos de los valores que llamamos democráticos. Es evidente que los artífices de la transición constituían una minoría que confió en el pensamiento complejo sobre el futuro de España.

Edgar Morin ha dedicado varios ensayos a definir el pensamiento complejo tan distinto del pensamiento simple o simplificador. Cualquier persona de mediana cultura tenía que estar segura de que el desarrollo de nuestra economía y el progreso de nuestra realidad social atravesarían, con toda certeza, por la zona de la complejidad. Y nada más desacertado que empeñarse ahora en un diagnóstico de esta situación fruto del pensamiento simple.

Ponga usted la radio, aguante usted las tertulias, entre usted, si le dejan, en el Parlamento y comprobará hasta qué punto estamos dominados por el pensamiento simple. Ávidos de claridad, llegamos a creernos que estos privilegiados de la democracia española están descubriendo nuestra realidad compleja a través del pensamiento simplista.

Casi todos los días aparece en la radio o en la tele un experto que pretende darnos la clave de la crisis financiera, económica o política que padecemos. Entre los modos simplificadores del conocimiento ha figurado siempre esta tendencia a ocultar parte de la complejidad con el noble deseo de lograr la mayor claridad en la sentencia. Es verdad que se disipa, en el mejor de los casos, parte de las nieblas, pero a costa de la mutilación de la realidad. ¿Cómo ser fieles a la complejidad de un modo no simplificador?. Distinguir, abstraer y reducir son caminos inevitables de la comunicación. Pero todos ellos pertenecen al paradigma de la simplificación.

No podemos reflejar la complejidad sin valernos del pensamiento complejo. Cuando afirmamos que la realidad social, económica y política es compleja pensamos en algo semejante a un tapiz cuyos hilos son todos significativos. Ceder a la simplificación es una forma de contribuir a la confusión. Y algunos expertos que parecen sufrir mucho en los espacios radiofónicos y televisivos, parecen haberse convertido en profetas de una inminente catástrofe. Tanta información de la tormenta futura, ¿No es una forma ya por sí misma de una amenaza imparable?

A esta realidad social solo puede acerarnos el pensamiento complejo. Tenemos que enfrentarnos con el entramado de fenómenos tan diversos como la bruma, la incertidumbre y la contradicción. Para meter estas cuestiones complejas en el marco de los medios de comunicación social tenemos que aprender a distinguir sin desarticular, y a asociar sin identificar ni reducir. De lo contrario estaremos contribuyendo a fomentar el desconcierto que tanto criticamos.

En nuestro ambiente español se confunde con facilidad el análisis de la situación con la crítica política. Se agrava así mucho más la irresponsabilidad de nuestro análisis. Porque, en realidad, convertimos todo nuestro discurso en una instrucción fiscal sobre los culpables. Claro que tenemos derecho a mostrar nuestra crítica desfavorable, pero sería deseable que, en buena lógica democrática, razonáramos de manera inteligente la disconformidad. Por lo menos haríamos más patente nuestra responsabilidad ciudadana.

José Mª Martín Patino
Presidente de la Fundación Encuentro

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