Predeterminar el resultado

En El ‘procés’ y la defensa de la complejidad política, Daniel Innerarity –uno de los autores de referencia de esta Asociación– defiende que “todo lo que sea imponer uno de los dos modelos de decisión implica predeterminar el resultado”. Se refiere a estos dos modelos: el de quienes “quisieran en principio poder decidir ellos mismos y [el de los que] quieren que sus decisiones sean integradas en un marco español de decisión”.

Sucede que imponer uno de estos dos modelos no es la única vía para predeterminar el resultado; como vamos a ver, hay otras. Inspirados por este artículo (versión para Cataluña de recientes entrevistas y trabajos dedicados a Euskadi), proponemos tres formas de predeterminar el resultado de los debates. Helas aquí:

 

1. Simplificar el núcleo de la discusión. Esta es la primera, más evidente y eficaz maniobra para predeterminar los resultados: empezar por declarar que “el núcleo de la discusión viene dado por el concepto de derecho a decidir”. A nuestro entender, tomar como punto de partida el así llamado derecho a decidir –como hace Innerarity– supone:

  •  Limitarse a debatir sobre el sujeto de la acción (quienes son los que deciden) y omitir el objeto de la decisión (sobre qué deciden los sujetos). Esta simplificación no es solo gramatical (el verbo decidir es transitivo); es también conceptual pues implica…
  •  …otorgar carta de naturaleza, fundamento, reconocimiento o entidad jurídica al así llamado derecho a decidir en abstracto, desprovisto del objeto de la decisión o, si se prefiere, del complemento directo. A nuestro entender, lo único que por ahora puede asegurarse, sin temor a la equivocación, es que el derecho a decidir es una afortunadísima fórmula de marketing político.

En suma, el asunto que nos ocupa no se merece tan endeble y simplona peana de barro: el derecho a decidir. Pues al apoyarnos sobre este “derecho” se predetermina el resultado de los debates. Y se predetermina, precisa y paradójicamente, por las razones que el propio Innerarity señala: por simplificar la complejidad. Derecho a decidir ¿qué? Dejar en el aire esta pequeña pregunta equivale a someter a la gramática y a la razón a un ingenuo e imposible intento de poda.

 

2. Otra forma de predeterminar los resultados consiste en circunscribir la cuestión catalana a un perímetro y a unas reglas de juego que, a nuestro juicio, constriñen injustificadamente los debates.

  • El ‘procés’ es una partida que no se está jugando únicamente en Cataluña. Pues aceptar este perímetro equivaldría a confundir el campo de juego con los jugadores en el campo o, si se prefiere, supondría confundir el origen de la discusión con los afectados por la misma. Para nuestro autor de referencia el problema viene delimitado del siguiente modo: “En Cataluña [la negrita es nuestra] hay un amplio grupo de ciudadanos que se consideran nación y otro no menos amplio que se identifican también en el marco de España, es decir, unos quisieran en principio poder decidir ellos mismos y otros quieren que sus decisiones sean integradas en un marco español de decisión”. ¿Dónde quedamos en este planteamiento los ciudadanos de otras partes de España que hemos contribuido a la prosperidad de Cataluña trabajando no “en”, pero sí “para” Cataluña? Repetimos: los ciudadanos que sin ser catalanes ni residir en Cataluña hemos hecho también Cataluña, ¿formamos parte o no formamos parte de la discusión?
  • Además, ¿por qué se circunscriben los debates al terreno de la legalidad, el orden público, la democracia, el patriotismo, los sentimientos identitarios, y demás categorías, cuando lo que está también en juego son los derechos económicos, políticos, sociales de todos: catalanes independentistas, catalanes no independentistas, extremeños de Badajoz o cántabros de Santander, sean detractores o defensores de dicho derecho en general o para sus propias comunidades en particular. Que lo que está en cuestión quepa o no quepa en la Constitución de 1978; que determinados episodios constituyan o no un problema de orden público o que las legítimas aspiraciones de unos y otros sean respetuosas o irrespetuosas con los principios democráticos, el sentimiento de identidad o la noción de patriotismo son cuestiones determinantes. Todas ellas lo son, por supuesto. Mas con igual rotundidad hemos de aceptar que olvidarse de los derechos y obligaciones de todos los ciudadanos es una nueva forma de predeterminar el resultado de los debates. Porque la cuestión catalana nunca fue un juego exclusivamente catalán. Aceptar este punto de partida es como quedarse mirando la mano izquierda con la que el prestidigitador nos engatusa mientras hace el truco con su mano derecha.

Simplificar el núcleo de la cuestión (error de formulación) y constreñir su perímetro territorial y temático (error de foco o de contorno) no son las únicas vías para, intencionada o inadvertidamente, predeterminar el resultado de los debates. A estas dos vías se le suma una tercera que podemos formular como error categorial. Consiste en lo siguiente.

 

3. Equiparar categorías que no son equiparables. Innerarity insiste, e insiste bien, en la necesidad de afrontar la complejidad del mundo evitando argumentos simples. Veremos cómo equiparando categorías que no son equiparables se incurre, precisamente, en la simpleza.

  • Innerarity nos habla del conflicto político “que se vive en Cataluña y en relación con España…” [las negritas son nuestras]: He aquí el primer intento de equiparación entre dos entidades que no son equiparables, sobre todo, si nos anima el propósito de diagnosticar dicho conflicto “con toda su complejidad”. Pues incluso la complejidad tiene sus reglas básicas o elementales: entre una parte y el todo que la contiene no pueden establecerse relaciones de equiparación ni de bilateralidad. ¿Deben establecerse relaciones entre una parte y el todo? Por supuesto que sí, pero conceptualmente no cabe hablar de entidades equiparables, ni en la práctica caben establecerse relaciones bilaterales. Cuando, a pesar de todo, se trata la realidad a martillazos (no se hace otra cosa cuando se ignora esta disimilitud básica), lo que se está proponiendo es empezar (o continuar) las relaciones por el lugar a donde se quiere llegar a parar. Por eso, la equiparación entre Cataluña y España, entre Govern de la Generalitat y Gobierno central, es una forma de predeterminar el resultado del procés o, si se prefiere, es una forma de dar continuidad a la estrategia que Jordi Pujol comenzó a dibujar desde el mismo día 8 de mayo de 1980. Es, también, una práctica narrativa que, por boca de analistas y líderes de opinión, deteriora el lenguaje. Igualmente, es una vía populista o hueca de restablecer cauces de comunicación institucional o una fórmula necia, es decir, ignorante de inaugurar una nueva época. Lo que no es, a nuestro juicio, en modo alguno, es un avance. Se trata de una simpleza. Se trata, sí, de un error categorial. Pero no el único. Porque si no es correcto este tipo de equiparación entre elementos de entidad dispar, menos aún lo es la equiparación entre procesos históricos de muy diferente naturaleza. Los elementos ocupan lugar; los procesos, tiempo. Ni unos ni otros admiten atajos si queremos comprender sus respectivas complejidades.
  • Innerarity sitúa el conflicto político catalán en el contexto de los “procesos de integración en Europa, es decir, elaborando un nuevo modelo de co-decisión con el resto de los europeos”. Pero lo cierto es que el proceso de construcción de la UE responde a modelos por completo ajenos a los que han conducido históricamente a la construcción de lo que hoy es España. Quienes (historiadores, expertos comunitarios, etcétera) conocen en profundidad las entrañas de esta disimilitud saben que este intento de equiparación carece de base bien fundada. Y, en cualquier caso, puestos a evocar el proceso de formación de la UE y los modelos de co-decisión como marco de lo que sucede hoy en España, no estaría de más recuperar lo que Jean Monnet no se cansaba de repetir: “Estamos aquí para culminar una obra común (…) no para negociar ventajas, sino para buscar nuestra ventaja en la ventaja común”. En la Ponencia de autogobierno del País Vasco o en la mente de los impulsores del procés, ¿qué obra común se pretende culminar? Hasta el momento, se trata de una pregunta sin respuesta. La realidad histórica que hoy conocemos como Cataluña ni nació en el vacío ni se ha desarrollado aisladamente a lo largo de los siglos. España tampoco. Tanto Cataluña como España (Cataluña incluida) son construcciones históricas que han co-evolucionado. Además, “dentro de 3.000 años España no existirá. Cataluña tampoco”. Pero hay diferentes formas de hacer el camino.

Para comprender la complejidad política es menester dominar las claves de esa categoría –la complejidad– que lucha por abrirse paso entre los estudiosos tanto de las ciencias naturales como de las ciencias sociales. Y comprender la complejidad se reduce a dos cosas: 1) comprender las relaciones entre las partes y el todo que las comprende y 2) comprender los procesos de cambio. Para lo primero es útil acudir a la teoría general de sistemas; para lo segundo, acercarse a las teorías de la evolución y de los cambios sociales. Violar los fundamentos de uno y otro dominio equivale a establecer comparaciones que predeterminan el resultado de los debates.

Es el momento de pedir al mundo del pensamiento y de la acción, a filósofos y analistas, a responsables de la cosa pública y de la economía, que piensen en nosotros, los ciudadanos, deseosos de adquirir conocimientos y sabedores de que esta es la mejor vía para hacer frente a la complejidad y perplejidad cotidianas en que estamos inmersos; a nuestra complejidad y a nuestra perplejidad. Es el momento y el lugar de pedirles que antepongan nuestra suerte a la defensa de sus intereses partidistas y a la de las finalidades de sus grupos académicos, económicos y políticos. Porque los discursos al uso, por boca de los líderes de opinión, de uno y otro campo, parecen construidos, en su fondo y su forma, para consumo propio, antes que para elevar la cultura ciudadana y, así, poder aspirar a una sociedad más equitativa.

“Siempre he sospechado –nos confiesa Innerarity– de quien plantea los problemas y, sobre todo, las soluciones, con excesiva simplicidad”. Compartimos sin reparo este recelo. Un recelo que aquí hacemos extensivo hacia quienes emplean cualquier tipo de simplicidad como vía para predeterminar el resultado: las fórmulas denunciadas por el propio Daniel Innerarity y las tres que hemos expuesto. Por más que el conjunto –su argumentación y la nuestra– pueda constituir una gran y sorprendente paradoja.

El lector que haya llegado hasta aquí y, aun así, mantenga vivo su interés, puede ahora comprobar el tamaño de esta descomunal paradoja. Para ello, basta con leer el artículo que nos ha insprirado esta entrada, El ‘procés’ y la defensa de la complejidad política, a cuyo autor le agradecemos una vez más desde este blog su magisterio y apoyo.

Un saludo muy cordial,

Paz de Torres

Felipe Gómez-Pallete

Asociación por la Calidad y Cultura Democráticas.

Ilustración: http://agendapublica.elperiodico.com/el-proces-y-la-defensa-de-la-complejidad-politica/

 

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