Democracia, monarquía y periodismo (2)

Una plataforma de medios independientes compuesta por 16 cabeceras promovió la realización de una encuesta sobre la monarquía española. El trabajo fue llevado a cabo en octubre de 2020 por 40dB, agencia de investigación fundada por Belén Barreiro, expresidenta del CIS (2008 – 2010). Los resultados de la encuesta dieron lugar a un debate organizado por diario Público, uno de los 16 medios impulsores de la mencionada iniciativa. El moderador de este debate, Víctor Sampedro, nos invitó a participar ya que, en su criterio,  nuestra asociación (Asociación por la Calidad y Cultura Democráticas) “tiene mucho que aportar y nos ayudaría a rehuir el sectarismo y el doctrinarismo”.

La democracia, casa común de monarquía y periodismo fue el título elegido para nuestra contribución que, en forma de artículo, se publicó el pasado 23 de marzo. Este es el resumen de lo entonces escrito:

  • La confianza que los ciudadanos dicen tener hoy en la monarquía y el periodismo es poca o muy poca.
  • Aumentar la confianza en una y en otro ya no depende solo de los datos que suelen publicitarse en los portales de transparencia al uso: además de justificar que cumplimos hemos de demostrar que mejoramos.
  • La ciudadanía ya no vincula el futuro de la monarquía al connatural mecanismo hereditario sino al funcionamiento moderno de la organización que la sustenta.
  • La ciudadanía espera del periodismo español que,
    • como estructura de contrapoder, denuncie no solo comportamientos irregulares de los miembros de la familia real, sino también el modo anacrónico con que la institución interpreta y practica la transparencia y la rendición de cuentas
    • como estructura de mediación, se distinga por hacer pedagogía del populismo, ideología que mantiene a la monarquía en el centro de sus preocupaciones.

En lo que sigue ofrecemos una adenda a este artículo. La hemos escrito a partir del medio centenar de valoraciones recibidas por correo electrónico, de desigual extensión y signo.

La presente adenda está dedicada a:

  1. Situar las medidas de mejora institucional permanente en el lado poco sexi de la gestión de lo común, lejos de la atmósfera glamurosa que se respira en la alta política.
  2. Recordar que la confianza no es la única fuerza que explica la atracción entre personas e instituciones. Existe una segunda fuerza fundamental de la naturaleza humana que, al igual que la confianza, nos aglutina o nos desvincula según esté o no presente.
  3. Advertir que la recuperación de la confianza mediante la mejora institucional permanente no es un asunto simple; requiere una mirada larga e íntima, a largo plazo y esencial.
  4. Subrayar la necesidad de comprender el populismo, tarea en la que los medios de comunicación deberían desempeñar un papel destacado.
  1. En el lado poco sexi de lo común

 La confianza se basa en el conocimiento que se adquiere sobre el comportamiento del otro. Yo me fío de ti porque sé de tu trayectoria pasada, porque sé de tu situación actual y porque me das a conocer regularmente no sólo lo que te propones hacer, sino también y, sobre todo, porque me dices en qué medida te comprometes en adelante a mejorar permanentemente tu comportamiento y revitalizar periódicamente tus valores. Confiar es conocer (de dónde vienes y a dónde vas). Conocer es confiar (porque sé de ti).

En la práctica, esto se traduce en asuntos tales como la administración transparente de las cosas, accountability, rendición de cuentas, compliance y otros por el estilo, todos ellos bastante poco glamurosos. Sí, esto es así, sobre todo, en comparación con esta otra fuerza fundamental de la naturaleza humana a la que nos referimos seguidamente.

  1. Una segunda fuerza mucho más emotiva, menos racional

 Yo puedo confiar en ti, pero puedo no sentirme atraído o seducido por ti. Para adherirnos al otro, nos ha de gustar o entusiasmar. Confianza y emoción son dos impulsos relacionados entre sí, pero que conviene no mezclar. Igual que no debe confundirse (permítasenos la metáfora) la gravedad de Newton con el electromagnetismo de Maxwell, dos de las cuatro fuerzas fundamentales de la Naturaleza.

Entre las fuerzas fundamentales de la naturaleza … humana, cabe distinguir, por una parte, la confianza, que, como veíamos, es como la fuerza que aglutina y se apoya en el conocimiento. Y, por otra parte, la emoción, que es la que nos transporta, atrae y atrapa o, en caso de no darse, nos deja indiferentes. Son fuerzas distintas, si bien relacionadas entre sí: yo puedo sentirme atraído, por ejemplo, por un determinado partido político o una persona, y, sin embargo, desconfiar de ellos.

Esta distinción también arroja luz sobre muy otras cuestiones. Así, la diferencia entre confiar y sentirse atraído puede utilizarse para comprender estos dos ámbitos de la gestión de la cosa pública: la esfera política, donde se dirime qué proponer y no tanto cómo llevarlo a la práctica, y la esfera de la administración, donde, por el contrario, el cómo (hacer las cosas) le gana la partida al qué (cosas a hacer).

Sucede que quienes habitan en el mundo de la alta política se refieren al otro como un lugar burocrático y un tanto aburrido, olvidando quizás que la «dimensión prosaica de la democracia [su infraestructura burocrática] es fundamental y en ella se decide la calidad de nuestra democracia»[i].

Que la mejora institucional permanente sea aburrida y burocrática no evita su condición de imprescindible, por cuanto necesaria hoy para recuperar la credibilidad perdida. Porque hay ciertas verdades que no se pueden infringir impunemente. En cierto modo, cabe aplicar a nuestra argumentación una de esas verdades destacadas por Manuel Azaña en su discurso de reconciliación del 18 de julio de 1938, a saber:  «no puede fiarse nada a la indisciplina ni al arbitrio personal, ni confiarse nada a la improvisación (…) cuando la improvisación se confunde con el arbitrismo, se cosechan tonterías, novatadas y fracasos».

Posiblemente, establecer una estrategia —ni arbitraria ni improvisada— para incorporar la cultura y la práctica de la mejora institucional permanente en la organización que sustenta la institución monárquica resulte una tarea mucho menos atractiva que la de debatir sobre los problemas que tiene la monarquía en diferentes planos: en el generacional (apenas es reconocida por las nuevas generaciones); en el ideológico (está fuertemente vinculada a las derechas) y en el territorial: Cataluña y Euskadi son comunidades mayormente republicanas. Lo primero puede ser menos apasionante que lo segundo si así se juzga, mas en modo alguno se trata de un reto menor. Veamos.

  1. La mirada larga e íntima del monarca

Sostenemos que la aplicación de los métodos y protocolos de mejora institucional permanente en el seno de una organización humana —y Zarzuela no puede entenderse como una excepción—resultaría una quimera sin antes haber imaginado y preparado algo de mucho más hondo calado.

Coherencia es la palabra que hilvana nuestro argumento: coherencia entre los sistemas que operan en una organización y los valores compartidos por sus miembros; coherencia entre estos valores compartidos y las presunciones básicas que constituyen el núcleo cultural de la organización[ii] y, también, coherencia entre este conjunto de creencias profundas y la razón de ser de la institución, en este caso, de la institución monárquica: la monarquía parlamentaria como factor de integración en el tiempo y en el espacio.

Pues bien, pretender modernizar los sistemas de dirección existentes (con métodos y protocolos de mejora institucional permanente) en una organización humana sin actuar previa, delicada y concienzudamente sobre los niveles (valores compartidos y presunciones básicas) que animan su visión y misión no es una buena idea: equivaldría a empezar la casa por el tejado.

No parece la vía legislativa (una eventual ley de la Corona) el camino más adecuado para llevar a la práctica una estrategia de esta índole. Porque los cambios culturales no se imponen por ley, ni son posibles de hoy para mañana, ni caben ser concebidos como una operación de ingeniería organizacional. Los cambios culturales se cultivan, no se disponen.

Por eso, cuando hablamos de que el futuro de la institución monárquica pasa (no solo, pero sí ineludiblemente) por ganarse la confianza de la ciudadanía gracias a su compromiso público de mejora institucional permanente, lo que estamos imaginando es esa mirada larga y, a la vez, íntima, es decir, latiente (que no latente) en el corazón del monarca. Que ello pueda acabar dándose o no, es algo que no sabemos; que se intentó (sin éxito) por vez primera a mediados de 1990, sí.

  1. Populismo y responsabilidad de los medios de comunicación

Hemos de comprender el populismo. «El liberalismo —nos advierte Daniel Innerarity—no está acertando a comprender a qué tipo de demandas responde el populismo y se consuela pensando que la extravagancia de alguna de sus peticiones o la incompetencia de ciertos de sus líderes le permite descalificarlo en su conjunto». Esta deriva numantina no es, en modo alguno, inteligente.

Debemos comprender el populismo porque, siendo «la ideología ascendente del siglo XXI»[iii], la monarquía ocupa un lugar central en sus metas, sean estas la independencia (nacionalpopulismos), la república (populismo de izquierdas) o el mantenimiento del statu quo (populismo de derechas).

Debemos comprender el populismo para poder imaginar alternativas que permitan ensanchar el escaso —por no decir nulo— fundamento institucional de su pensamiento. Y sin pensamiento institucional[iv] no hay posibilidad de embarcarse en la empresa que supone desarrollar la mejora permanente como seña de identidad de nuestro país, empresa cuyo liderazgo bien podría asumir nuestra monarquía.

Por esto y para esto debemos, sí, comprender el populismo. Y los medios de comunicación, como estructura de mediación, es decir, en su función de formar la opinión de una ciudadanía ilustrada, han de desempeñar un papel protagonista en ello. Y, así, dejar atrás su condición de cooperadores necesarios del actual deterioro de la monarquía, al no haber sabido, querido o podido ejercer su papel como estructura de contrapoder.

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Hasta aquí la adenda a un artículo del que nuestros lectores destacaron, entre otras cosas, estos dos rasgos: la amplia diversidad de temas tratados y el escaso desarrollo de algunos de ellos sobre los que les habría interesado profundizar.

El papel de las redes sociales como factor de desintermediación comunicativa y, también, como ¿creadoras o catalizadoras? de los populismos de uno y otro signo; los elementos constitutivos del pensamiento sistémico o la importancia de los liderazgos son algunos de los asuntos que siguen quedándose en nuestro tintero. Y que esperamos poder abordar en sucesivas entradas.

De momento, deseamos que esta adenda merezca el mismo interés por parte de nuestros seguidores que el artículo original.

Atentamente,

Felipe Gómez-Pallete felipe.gpalleterivas@ccdemocraticas.net

Paz de Torres paz@ccdemocraticas.net & https://comoelagua.net/

Asociación por la Calidad y Cultura Democráticas.

 

[i] Daniel Innerarity, Una teoría de la democracia compleja (Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2020), 183.

[ii] Edgar H. Schein, Organizational culture and leadership (San Francisco: Jossey-Bass Inc., 1985), 13-21.

[iii] Pierre Rosanvallon, El siglo del populismo (Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2020), 18.

[iv] Hugh Heclo. Pensar institucionalmente. (Barcelona: Ediciones Paidós Ibérica, 2010).

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