Hemos dado cuenta ya del significado que adoptamos cuando hablamos de Indicadores de Calidad -ese compromiso con el futuro- y a qué calidad nos referimos -aquella que se define por acumulación de experiencia en ambos sentidos, o sea, los partidos políticos y los ciudadanos-. Prosigamos nuestra peculiar andadura estival acotando aún más esa idea tan peligrosamente escurridiza: calidad. Tres veces nombrada en un mismo párrafo, no es casual.
En Calidad y Cultura Democráticas queremos dejar aún más claro que nos proponemos la mejora de los partidos políticos, convencidos de que es una condición imprescindible para poder superar la crisis en la que evidentemente están sumergidos; en ningún caso su desaparición, lo que consideraríamos un fracaso democrático. Una de las razones del dislate del que somos espectadores y partícipes es el círculo vicioso –tema del que daremos cuenta en el quinto capítulo de esta serie– que se genera con la infidelidad de los electores y la derivada relajación en los compromisos ideológicos de los partidos (Daniel Innerarity, El País 11.08.2013). O, dicho de otro modo, la debilitación de la idea de programa electoral, consecuencia o causa del escepticismo de aquellos a quienes va dirigido.
Existe por tanto la posibilidad de confundir la diana que hemos colgado en nuestra puerta y creer que el objetivo que aquí historiamos es el de los programas electorales, es decir, el producto final de los partidos políticos, y no el proceso de trabajo necesario para obtener un documento como ese. Con estas letras intentaremos que esa confusión quede del todo apartada.
“La organización es el arma de los débiles contra el poder de los fuertes”, nos recuerda Innerarity en el mismo escrito al que aludíamos anteriormente, y es precisamente ahí, en la organización, en el flujo de trabajo de las organizaciones que deben regir entidades como los partidos políticos, donde concebimos que hay que centrar el marcaje, la propuesta de calidad. El fruto que de ahí se obtenga será, de este modo, y por consecuencia, un producto impregnado de ese atributo, independientemente de la ideología con la que esté planteado.
Cuando hablamos de flujos de trabajo lo hacemos pensando en el dinero, las personas, la propia organización y la producción. Algunos podrían llevarse las manos a la cabeza cuando nos referimos en términos organizativos a una formación tan devaluada como un partido político. Pero si no lo hacemos de esa manera, si no lo pensamos como la maquinaria que tiene que ser -para, entre otras cosas, conservar su existencia-, dejando aparte su componente ideológico, corremos el riesgo de instaurar una idea contraria a la nuestra: la idea de que, en un concepto abstracto como en el que da la sensación de estar cayendo –literalmente- el significado del propio partido político, se opte por su exterminación en vez de por su regeneración. Apostamos y trabajamos, como hemos expresado varias veces, por lo segundo.
Nos encontramos con un elemento de disconformidad a la hora de tratar estos temas: no conceder a una organización como la de un partido político el rango al que se le asigna, por ejemplo, una estructura empresarial. No son términos elitistas, ni provenientes de la “clase alta” -lo que no procede del “pueblo”-, como se achaca en algunos círculos. En realidad creemos que se trata de una errónea interpretación del sentido oligárquico de unas instituciones que, se quiera o no, necesitan de un sistema de organización. Oligarquía y organización, pues, deberían entenderse separadamente en el ámbito en el que nos movemos, puesto que sin esa distinción la aversión crecerá y el movimiento se ralentizará.
Así pues, el Sistema de Indicadores de Calidad estará irremediablemente dedicado a ese proceso de organización/producción, y de ningún modo a la evaluación de sus programas electorales y su cumplimiento. En otras palabras, pretendemos provocar el compromiso de calidad de futuro de la estructura sabiendo que el resultado o su producto final deberá estar acorde con la mejora de su proceso de trabajo.
En la próxima entrega discerniremos entre la difusión de cifras y hechos hasta ahora velados -la cacareada transparencia- y el hecho de dar a conocer precisamente los elementos que, en el proceso de trabajo, un partido político se compromete a mejorar, eso que incumbe, como hemos dicho, a personas, dinero, organización y producción. Con este argumento claro, el perfil de los Indicadores de Calidad va quedando todavía más pulido.
Saludos cordiales,
Asociación por la Calidad y Cultura Democráticas
La entrada es muy oportuna, «la desintermediación» es una quimera peligrosísima. Que resulte imprescindible reintroducir mecanismos de democracia directa no conlleva, de modo alguno, la desaparición de políticos, periodistas y otros «mediadores». Les necesitamos, nunca monopolizando, para depurar y ordenar los debates, para huir del inmediatismo y forzar procesos de deliberación meditada… porque está claro que si no algunos – unos pocos, los más fuertes – impondrán los debates y querrán saldarlos en un pispás. Actuarán así porque son ellos los que menos necesitan debatir ni consensuar, no necesitan argumentar (incluso les perjudica porque evidencia que les faltan argumentos) y menos aún consensuar (con imponer y recabar aplauso o incluso consenso en silencio, les basta).
Muchas gracias, Víctor, por subrayar uno de los rasgos que caracterizan el programa de Calidad y Cultura Democráticas: la solución a los problemas de la actual práctica política no consiste en acabar con los partidos políticos; antes al contrario, la «voluntad popular» necesita más y mejores instrumentos para la «participación política». La solución no es el fin de la intermediación, sino su revitalización conceptual y práctica.