No nos engañemos, no existen las panaceas —“Mientras haya vida habrá cáncer; es el precio que pagamos por estar vivos”—, y nuestra propuesta tampoco lo será. Eso sí, creemos que la iniciativa del Sistema de Indicadores de Calidad (SIC) ayudará a mejorar notablemente un elemento tan degradado de la democracia como los partidos políticos y nuestra relación con ellos. Nuestra propuesta aumentará, permitidnos decir de nuevo, nuestra cultura política, camino de una sociedad más equitativa.
En este momento, lo que nos interesa es distinguir entre la publicitada transparencia (de cómo se han hecho o se están haciendo las cosas) y unos indicadores de calidad (de cómo nos proponemos trabajar a partir de mañana). Para ello quizás sea preciso simular el juego de las diferencias, por aquello de intentar ser amenos y constructivos. Vayamos a ello.
La transparencia es una cualidad necesaria, exigible, “para que no duerman tranquilos”, mientras que la calidad es un compromiso con el futuro. La primera supone una zancadilla a la corrupción, una herramienta de apertura —o abrelatas— que no implica necesariamente una mejora —sobre todo si el producto que se descubre ya ha caducado—, ni siquiera garantiza que la evite; encarna un sistema de vigilancia, lo cual significa que no consentimos. Es cierto: no es poco. La calidad debería forjar, puesto que se trata de un compromiso público, un aumento de la confianza que se genera hacia la ciudadanía y, a su vez, un aumento de las expectativas electorales, una mejora sustancial en la forma de trabajar por parte de los partidos políticos. Así pues, la diferencia es notoria: la transparencia es una cualidad (más) que pone trabas a la corrupción pero que no supone necesariamente una mejora, mientras que la calidad es un compromiso que genera confianza e implica, inexorablemente, una mejora.
La transparencia debería ser una actitud que diera como resultado la publicación de datos abiertos. El Sistema de Indicadores de Calidad (SIC), en cambio, pretende compilar y elaborar datos trascendentes para la obtención de un compromiso de calidad con el futuro. La transparencia alumbra como lo hace un único foco potente, puntual, en un gran escenario, dejando el resto en penumbra u oscuridad; la calidad arroja el tipo de luz que permite hacerse una idea clara de todo el escenario. Aquí el escenario, repetimos, son los partidos políticos, no un Estado, al que le consentimos claroscuros siempre y cuando “suministre prosperidad y libertad de forma ecuánime”
El camino de la búsqueda de la verdad que está implícito en la transparencia nos inundará, lo tememos, de información debido precisamente a la publicación de la cantidad ingente de datos —¿incapaces de enjuiciar?— que supondría la generación de la transparencia económica, financiera y de democracia real. Esto no debería suponer, de hecho, óbice para exigirla y conseguirla, pero del mismo modo surgen unas cuantas preguntas que tendríamos que ser capaces de responder. Por ejemplo, ¿sería probable que creyéramos, llegados a la creación de ese mundo de cristal, que ya lo hemos resuelto todo? ¿Cabría la posibilidad de creer que ya está, que, dado que son “los otros” los que vemos desnudos, nosotros no tengamos más que hacer? ¿Nos instalaríamos y conformaríamos con el mero linchamiento en vez de con la reconstrucción política? ¿Estaríamos entrando, dado el peligro del bochorno ajeno, en un estado de indeseable morbo? En el caso de no conformarnos con la publicación bruta de toda esa información, ¿cómo se fabricaría la confianza de quien o quienes procesarían esos datos? En fin.
Nos repetimos, pero así tenemos que transmitirlo: la transparencia es absolutamente necesaria. No hay mucha más alternativa que provoque un comienzo de regeneración de la confianza, pero eso no puede hacer que se nos nuble la vista, que creamos que es el fin y no un medio más, que caigamos en la trampa de no dejarnos discernir entre lo trascendente y lo intrascendente. Al asumir la transparencia como una descarga de conciencia, como la presunción de que ya está todo hecho, el compromiso podría desaparecer. La transparencia es necesaria, pero de ningún modo suficiente.
Mucho más urgente que la regulación de la transparencia es la reconstrucción de la responsabilidad de las élites (L. F.-G. op. cit.). Con esa premisa, el SIC pretende alumbrar un escenario entero, basado en datos abiertos que apuntan a un futuro a través del compromiso, provocando esa reconstrucción de la responsabilidad que necesitamos. Y no sería deseable, de ningún modo, que se confundiera con una cualidad tan ansiada como la de la transparencia en las instituciones.
Compromiso que provoca confianza en los ciudadanos, calidad que evoca mejores resultados en ambos sentidos… Se trata, de hecho, de un círculo virtuoso en el que deberíamos introducirnos, tema del que hablaremos en el siguiente capítulo, penúltimo de la serie sobre La calidad bien entendida.
De momento, he aquí un resumen de lo dicho. Calidad y Cultura Democráticas trabaja, también, para desactivar esta paradoja: La transparencia es necesaria; pero cuando se limita a satisfacer la curiosidad ciudadana o a sonrojar a las instituciones opacas, oculta la raíz de los problemas.
Saludos cordiales,
Asociación por la Calidad y Cultura Democráticas
Muy buen movimiento discursivo y estratégico, ACCD:
Yendo más allá de la transparencia, hay que apelar (y fomentar, exigir, formalizar) a la «responsabilidad de las elites»… y por ahí debiera ir la el SIC. La transparencia es un requisito inexcusable, una exigencia ineludible, un rasgo esencial de la representación democrática… si no se puede/deja ver por dentro, no merece ser siguiera contemplada.
La responsabilidad es la asunción de las consecuencias de la transparencia, la rendición de cuentas. Y si no se pagan responsabilidades, cierto, todo al fina resulta más opaco, aunque haya transparencia: rumores difamatorios nunca probados, acusaciones no confirmadas ni castigadas, cuentas nunca saldadas… o corrupción abierta, mostrada en canal, pero sin consecuencia alguna. Excepto una exhibición cada vez más insportable del cinismo de las elites y el cinismo correlativo de quienes costeamos tan deplorable expectáculo.
Muchas gracias, Víctor. Tus reflexiones nos animan y comprometen a seguir. Hablamos, en definitiva, de una suerte de dios Jano, dos caras de una misma cuestión. Hacia un lado, luz y taquígrafos para conocer el pasado: qué se hizo y, así, poder exigir responsabilidades. Y, nuca con nuca, hacia el otro lado, el compromiso de calidad sobre el futuro: cómo y en qué nos disponemos a mejorar, paso a paso, desde mañana a las 8am. Responsabilidad del pasado (transparencia), compromiso con el futuro (calidad). Para que las élites se responsabilicen y, junto con los ciudadanos, salte la chispa del compromiso. En beneficio de ambos. Gracias, Víctor.