La política se ha convertido en un problema. Así lo dicen últimamente los sucesivos barómetros del CIS, que de un tiempo a esta parte sitúan a los políticos como uno de los principales problemas para la ciudadanía. Resulta extraordinariamente perverso, propio de un “mundo al revés”, como diría Eduardo Galeano, que los delegados de la soberanía nacional, esto es, las personas elegidas por el pueblo para representarle, sean percibidas como un problema por sus propios electores.
Lo más paradójico de que la política se haya convertido un problema es que la única solución a este problema es la propia política. Entendida no como política de partidos, de estos partidos que, repetimos, son solo nuestros delegados. Hablamos por tanto de la POLÍTICA con mayúsculas, la que protagoniza el soberano, esto es, el pueblo, y no sus delegados circunstanciales, esos interinos de los partidos políticos que mañana serán reemplazados por otros.
A los escépticos del “para qué” y del “no sirve para nada que nos movamos” les recordaremos lo mucho que temen los gobiernos los virajes y movimientos de la opinión pública. Tanto es así que hoy en día se gobierna prácticamente a golpe de encuesta. Y cuando las encuestas arrojan un estado de opinión contrario a sus intereses, los partidos se ven obligados a moverse. O a pagar su falta de movimiento en las urnas.
Es decir, somos nosotros los que les movemos, y los que podemos obligarles al replanteamiento no solo de sus posturas políticas, sino incluso de sus propios mecanismos internos de funcionamiento. Y no hace falta ser tan siquiera militantes del partido en cuestión. Lo único necesario es que nos convirtamos en ciudadanía activa. En soberano que se mueve, y que inevitablemente provoca el movimiento de sus interinos subordinados.
No nos engañemos: el cambio de la política y de los políticos (los que toman las decisiones, pero que previamente son decididos por nosotros) comienza por nosotros mismos. Comienza mucho antes de las urnas y sigue después del voto. Debe ser un proceso dinámico y de mejora continua y diaria, a través de una participación constante, pues el soberano es soberano todos los días, y no solo cuando vota.
Carece de sentido que el único compromiso de la ciudadanía sea votar los programas electorales de los partidos. Por supuesto que nos interesa conocer esos programas electorales, que en teoría señalan las prioridades de gobierno de la formación política en caso de que consiga la victoria. Decimos en teoría porque lamentablemente sabemos que, a la hora de la verdad, ese documento suele convertirse en papel mojado.
Hasta aquí, nada que no se sepa, pues son mensajes que, por fortuna, cada día se pronuncian y escuchan con más frecuencia. A partir de aquí, en Calidad y Cultura Democráticas nos ponemos en marcha para trasladar a los partidos políticos este otro mensaje: la ciudadanía os está pidiendo que toméis las riendas de vuestra propia modernización organizativa. Nosotros os podemos ayudar para que entendáis esta exigencia, qué frentes de mejora os están pidiendo a gritos, cómo lo podéis poner en práctica dentro de vuestras organizaciones, cómo podéis hacer hasta conseguir alcanzar esas mejoras y, sobre todo, cómo podéis demostraros a vosotros mismos y a nosotros (que somos vuestra razón de existir) que os habéis puesto manos a la obra, que vais en camino y que os estáis esforzando sinceramente.
Porque creemos que es imprescindible que exista, además del ‘contrato programa electoral’ este otro: el contrato de mejora de la calidad de vuestras operaciones como organizaciones humanas que trabajáis en pos de unos objetivos. Este segundo documento (sin el que vuestros programas electorales ya no serán creíbles) os lo va a dictar la ciudadanía y vosotros, los partidos, vais a decidir si queréis llevarlo a cabo o no. Calidad y Cultura Democráticas os ofrece su apoyo. Con o sin nosotros, pero no tendréis otro remedio que emprender la senda de la mejora continua, la senda de la calidad de vuestros procesos de trabajo. Pues de otro modo desapareceréis por innecesarios.
Esta es la base de nuestro proyecto de Sistemas de Indicadores de Calidad (SIC), cuyo objetivo es la elaboración, por parte del pueblo soberano, de unas categorías bien delimitadas en las que la ciudadanía considera que es fundamental que los partidos políticos emprendan la senda de la mejora continua.
Dichos indicadores se van a construir a través de una participación popular lo más masiva posible, a fin de que representen de forma acertada el sentir de la opinión pública respecto a aquellas áreas en las que la gente considera que es necesario que los partidos mejoren. Áreas como la transparencia en la financiación de los partidos, el grado de democracia interna dentro de la organización, la experiencia internacional y formación de sus dirigentes o el grado de implicación de los militantes con los problemas de su comunidad.
Los anteriores son solo algunos ejemplos de posibles indicadores de calidad. Indicadores que servirán para guiar el trabajo de los partidos enfocado a la mejora continua y diaria en estas categorías que los ciudadanos consideran fundamentales. El fin perseguido de todo este proceso no es solo la mejora de la calidad de los partidos, sino también la mejora de la competencia política de la propia ciudadana, a la que hay que devolver el protagonismo dentro del sistema. Solo así daremos la vuelta a este mundo “patas arriba” que ha convertido a la ciudadanía soberana en víctima de sus propios delegados. Afortunadamente, poner las cosas del derecho sigue dependiendo de nosotros. Y solo de nosotros y de nuestra participación activa depende que veamos el cambio que deseamos en nuestra democracia.
Daniel Jiménez
Redactor de Noticias Positivas y activista ecologista