Tradicionalmente la esencia de la democracia ha residido en el parlamento, una institución elegida por los ciudadanos que tiene la función de representar sus intereses e ideologías a la hora de legislar. Y cuando hablamos de parlamento, siempre solemos verlo representado por medio de un semicírculo formado por puntos, cada punto es un parlamentario y por lo tanto es un grupo de personas e intereses.

El siglo XXI, el auge de las redes sociales y el acceso a la información está cambiando lo que se entiende por democracia. Ahora, la sociedad civil desea tener la oportunidad de involucrarse directamente y, cuando no tiene los mecanismos, los exige o se los busca. Por eso, el peso del parlamento en la representatividad de la democracia, aunque sigue siendo un pilar básico, ya no lo es todo. Poco a poco, pero de forma continua, se está desplazando para dejar espacio al sector económico y empresarial, a las entidades sin ánimo de lucro, a los centros de pensamiento y otras instituciones y, por supuesto, a los ciudadanos.

Esta nueva forma de concebir la democracia le está dando la vuelta a los derechos y obligaciones de todos los que participamos en ella. Queremos una democracia más participativa, pero eso conlleva un mayor nivel de responsabilidad por parte de los ciudadanos y, al mismo tiempo, un mayor grado de exigencia y de transparencia por parte de las instituciones y poderes públicos.

Esta concepción exige que ese semicírculo que tradicionalmente ha representado el parlamento se abra para que en él tenga cabida la sociedad civil.

El logotipo de la Asociación para la Calidad y Cultura Democráticas refleja simbólicamente el cambio que está viviendo la democracia durante los últimos años, mostrando gráficamente cómo la representatividad del parlamento se está moviendo para dejar espacio al resto de sujetos que exigen su derecho a participar y lo reclaman activamente.