Primero fue la concesión de nueve indultos a sendos condenados en el juicio del procés (causa especial 20907/2017) y, después, la reactivación de la así llamada mesa de diálogo. La prelación con que lo primero se ha diligenciado respecto de lo segundo es síntoma inequívoco de que los indultos no eran objeto de diálogo. Ello supone un planteamiento asimétrico, ventajista o perdedor o como quiera que se prefiera adjetivar esta forma de proceder. Todo depende del punto de vista que se adopte.
De la concesión de los indultos (reversible si el indultado vuelve a delinquir) nos ocupamos en Ojalá los indultos, la anterior entrada de este blog. En lo que sigue ofrecemos nuestra opinión sobre estos tres aspectos de la mesa de diálogo:
- ¿De qué estamos hablando cuando hablamos de «conflicto catalán»?
- Dialogar / negociar es siempre un medio; en este caso, ¿para alcanzar qué fin?
- Escueto balance de los talentos a ambos lados de la mesa de diálogo
1. «Conflicto catalán»
A nuestro juicio, el así llamado conflicto catalán es, por encima de cualquier otra interpretación, un conflicto entre:
- Los españoles (catalanes incluidos, claro) que, por defender sus derechos como ciudadanos españoles, se oponen a la independencia de Cataluña, y
- Los españoles (catalanes incluidos, claro) que, por no importarles descender aún más en el ranking internacional (entre los 190 países analizados por el FMI, hemos pasado del puesto 8º al 14º en términos de PIB), son partidarios de la independencia.
Porque esto no va de un conflicto entre catalanes independentistas y catalanes que no lo son. No es (solo) un problema catalán, no; es un problema español por la situación en Cataluña. Pues esto va de los derechos y obligaciones de los titulares de la soberanía popular, esa categoría que una parte de la intelectualidad de nuestros días se afana en diluir.
Las interpretaciones al uso que circulan sobre el así llamado conflicto catalán (enfrentamiento entre las dos mitades de la sociedad catalana; entre la izquierda oficialista y la derecha opositora, etcétera) eluden, omiten o ignoran el fondo de la cuestión tal como nosotros lo entendemos: se trata del conflicto entre quienes defienden el estatuto de derechos legítimamente adquiridos por los ciudadanos españoles (catalanes o no) y los que (asimismo ciudadanos españoles, catalanes o no) defienden la legítima aspiración a la independencia en detrimento de dicho estatuto ciudadano. De esto es de lo que va el «conflicto catalán».
2. Medios y fines
Cuando el debate político se ciñe a los recursos que deben emplearse para alcanzar tales o cuales fines, pero estos desaparecen del debate; cuando el acento se pone en los medios (es tiempo para el diálogo y el acercamiento, no para la confrontación) pero el objetivo o meta no forma parte del mensaje, entonces, el discurso político es inane o huero e, incluso, engañoso. Nadie en su sano juicio puede negar la necesidad de dialogar, como tampoco nadie en su sano juicio acepta entablar una negociación sin saber sobre qué.
Hay diálogos que conducen al encuentro, porque arrancan de posturas que, aun diferentes o incluso alejadas y hasta opuestas, son compatibles. Y hay diálogos que, por el contrario, desembocan en un cul de sac. Que es lo que sucede cuando una de las dos partes (A) persigue que la otra parte (B) cambie su esencia (es decir, se convierta en un sujeto político diferente del que es): salvo que A cambie su objetivo o B acepte dejar de ser lo que es, tarde o temprano se llega al final de un callejón sin salida. O dicho en otros términos: “no puedo convencer a nadie de que es racional que se deje matar en mi favor”, como concluye (si bien en otro contexto) Santiago Alba Rico, en su excelente La barca de Descartes . Definitivamente, mientras Sánchez sostenga que “nunca jamás” habrá referéndum y Aragonès mantenga la independencia como meta, el diálogo será un diálogo de besugos o un diàleg de sords, según sea el lado de la mesa en que se siente el negociador.
3. Escueto balance de talentos
Los líderes del proceso soberanista catalán han demostrado mejores dotes para la propaganda (dentro y, sobre todo, fuera de España) que la capacidad demostrada por quienes encabezan la oposición a la independencia de Cataluña. Por ejemplo, el Ministerio de Asuntos Exteriores actúa como un elefante frente a la agilidad, ingenio y medios empleados por los independentistas: al story telling de estos, el Ministerio no está sabiendo contraponer una estrategia, sólida y sostenida, de fact checking, distinción empleada por Juan Claudio de Ramón, agudo analista donde los haya.
Pues bien, los líderes independentistas no solo están demostrando tener más oficio para la propaganda que sus oponentes; también, muestran —por la vía de los hechos— mejor preparación para la negociación o, al menos, todo está aconteciendo como si así fuera. Ahora bien, sucede que negociar es una actividad para la que cualquiera se siente preparado. Pero negociar es técnica y es arte. Para negociar eficazmente se requiere estudio, preparación, dotes naturales y cuanta más práctica, mejor; no basta con atreverse sin más, por mor de lo coloquial, familiar y aparentemente trivial que pueda resultar la propia palabra ‘negociar’.
Nos preguntamos cuánto talento y cuánta experiencia acumulada se congregan en cada uno de los dos lados de la mesa de diálogo prevista para mediados de septiembre. A juzgar por los pasos que se han dado hasta ahora (la preparación es tan determinante como el proceso de negociación propiamente dicho), todo parece indicar que las fuerzas no están equilibradas: en el bando de los condenados, hoy indultados, hay mucho más talento que en el de los que dicen negarse en rotundo al referéndum catalán de autodeterminación. Ojalá la mesa sirva para algo más que para aguantar el tipo durante los dos años que, unos y otros, necesitan.
Atentamente,
Felipe Gómez-Pallete felipe.gpalleterivas@ccdemocraticas.net
Paz de Torres paz@ccdemocraticas.net & https://comoelagua.net/
Asociación por la Calidad y Cultura Democráticas.